Decidí alabar al hombre en vez de a Él, dejando mi vida a merced de la opinión de otros. Aprendí que es a Dios a quien debo alabar, y nunca al hombre.
Decidí que yo era suficiente para llevar mi vida adelante sin su cobijo, amparado en la iluminación de algunos que no lo eran, pero que se mostraban ante la gente como poderosos dioses. Aprendí que era su propia prepotencia para tapar su falta de conocimiento.
Decidí observar el conocimiento del hombre y vi que muchos no tenían conocimientos y mucho menos sabiduría. Aprendí que yo estaba igual que ellos.
Decidí que mi vida tenía que cambiar y empecé a buscar el conocimiento. Aprendí que el conocimiento me lo daba sobre todo la experiencia de mis decisiones.
Decidí entonces buscar el conocimiento dentro de mi y aprendí el silencio.
Decidí que el silencio era bueno para mi, porque me da una sensación de paz infinita y aprendí que el silencio me llevaba a Dios.
Decidí guardar silencio, hablar lo justo y necesario, aplicaba el conocimiento a la vida y otra vez volvía a mi silencio y vi destellos de sabiduría.
Decidí llevar mi camino hacia Dios, y vi su Luz y resplandor, vi su conocimiento y sabiduría, su fuerza y su voz y aprendí que en ese camino, el que ahora recorro en mi silencio estoy Yo.
Decidí que dejaba de decidir ante expectativas que no tenían razón, que en mi vida no hay decisión y aprendí que la vida fluye cuando te dejas atrapar en el camino a Dios.
Que culpa tiene Dios de mis decisiones equivocadas, de mis errores, de coartar mi libertad, del resultado de todo esto, que culpa tiene que estuviera llevado por la ignorancia y no por mi corazón.
Miguel Ángel Garrido
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